|
Captura de pantalla. |
Asistí a la charla-conferencia de este doctor en bellas artes, Óscar Martínez , en la Biblioteca Regional de Murcia y quedé muy agradecido por la cantidad de cosas que aprendí y por el rato tan agradable que pasé gracias a la labia y cercanía de este dicharachero profesor.
Lo peor de lo peor de lo peor fue la presentación del acto, que corrió a cargo de una llamativa señora, tan decorada ella como humilde y pretenciosa. Me senté en primera fila, que para eso me personé con tiempo suficiente, y cuando vi a una criatura pululando con su apabullante y descolocado disfraz pensé que era una carnavalera despistada, pero no, no, era la presentadora. Iba ataviada con un vestido vaporoso de color rosa, con una capa-cola que arrastraba y una especie de capucha. Al pronto se me figuró la princesa Romy de La vuelta al mundo de Willy Fog.
Ese fue el primer impacto. El segundo fue cuando abrió la boca y soltó a bocajarro, salpicándonos: doy la bienvenida a todas, todos y todes. Esas palabras me llegaron tan hondo que se me removieron el bazo, la vesícula y el páncreas. La secreción de bilis me llegó a continuación, cuando se presentó como doctora en estudios de género.
Doy gracias al cielo, a los dioses y a mi buena suerte porque el prólogo fue corto (lo mismo la doctora no daba más de sí) y tuvo el acierto de no sentarse en la mesa, junto al ponente. El susodicho estuvo casi todo el tiempo de pie, moviéndose y pasando las diapositivas. Seguramente, con muy buen juicio, se dijo: si me siento, la doctora se me sube al estrado y se me coloca al lado y de seguro que me quita la palabra.
¡Por supuestísimo que no faltó entre el público un grupillo de sabiondas urracas que, cada vez que aparecía un cuadro en la pantalla, decían, para informarnos a los pobres ignorantes, el nombre, adelantándose al ponente, faltaría más! Si el profesor nombraba algún museo, las cotorras soltaban un ah, sí, para demostrarnos que eran muy viajadas y muy sabidas.
La charla fue de lo más edificante, amena y entretenida, pese a tanta petarda suelta.
¡Por supuestísimo que tanto mi hijo el mayor como yo, en cuanto hubo terminado la charla y la doctora se precipitó como una gallina hambrienta al estrado, abandonamos el salón! Quiero creer que la doctora se dio cuenta...