Estábamos los menos mil personas dándonos codazos y puntapiés para entrar los primeros a la librería. Unos se querían colar andando a cuatro patas, otros hacían el paripé fingiendo ser cojos, mancos, asmáticos o agorafobos, algunas chicas te clavaban con saña en el dedo meñique del pie los tacones de aguja mientras te sonreían picaronas, algunos cerdos levantaban los brazos para aturdirnos con sus pestucias axilares,... ¡Una poca vergüenza que pa qué!
Por fin abrieron las puertas y entramos todos como mihuras para que nadie nos quitara los libros a los que les habíamos echado el ojo. ¡Uff! A una chica guapísima le tuve que tirar de los pelos y a un mozo más fuerte que yo le tuve que dar un rodillazo en los cataplines, pero mis libros no me los quita nadie. ¡Y me vine con estos cinco ejemplares! ¡Faltaría más! ¡Conmigo no pueden los cazadores de rebajas! ¡Ni ellas ni ellos! ¡Pos sólo faltaba eso!
Dos libros son pa mí y tres pa regalo. ¡No digo más!