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Dibujo, fotografía y montaje de Diego Morales. |
Esta mañana he vuelto del supermercado con una pesambre que no se me va por mucho que intente quitarle importancia al asunto que ahora les contaré.
En la puerta de acceso se suelen turnar varias personas, entre las cuales hay una señora por la que sentía afecto, simpatía o lo que sea (pero nunca piedad, condescendencia ni nada parecido). Nunca ofrezco dinero, sobre todo a las mujeres porque sé que iría al bolsillo del marido o del mafioso de turno que la controle. Prefiero donar comida y siempre algo que yo me comería, por supuesto. Empecé ofreciéndole leche (entera y de la marca blanca del establecimiento, la misma que tomamos en mi casa) hasta que un día me dijo que le sentaba mal. Dejé la leche y pasé a sopas instantáneas, latas de atún, arroz y cosas así. Últimamente le daba cremas de pollo, pero hoy me ha dicho que no y no sé qué razones me ha dado porque no la entendía bien (no domina bien el español). El caso es que me ha sentado muy mal y me ha producido mucha pesambre. Mi primera reacción ha sido llevarme la crema, pero me daba cosa quitársela de la mano (¡Santa Rita, Rita, lo que se da no se quita!) así que le he dicho que lo sentía mucho. Se me han quedado dentro de la boca varias cosas, pero no las he dejado salir.
Desde luego mi colaboración con la señora ha acabado hoy.
Ya sé que lo que hace la mano derecha no debe saberlo la izquierda y que da pudor hablar de estas cosas, pero ya que he hecho esta confesión me veo en la obligación de añadir que suelo colaborar pecuniariamente con varias oenegés, unas que se ocupan de la gente de aquí y otras que se ocupan de la gente de allá, para equilibrar la ayuda. Así que si a esta señora no le gusta lo que le ofrezco, pues que vaya al comedor social.
De verdad que se me ha quedado un mal cuerpo.