Fotografía y montaje de Diego Morales |
Recientemente he leído un libro muy interesante de Santiago Posteguillo, titulado La noche en que Frankenstein leyó El Quijote (Planeta, 2012).
Cuenta anécdotas relacionadas con la literatura en general y es muy ameno. ¿Sabían ustedes que en Dublín...? No, tranquilos, que no me gusta destripar argumentos.
El primer capítulo lo dedica a Zenodoto de Éfeso.
Y a raíz de esta anécdota me puse a pensar en la manía que le tienen algunos pedagogos (esos progres que dicen "chaval" y van de colegas)a la memoria.
Aprenderse el abecedario requiere un esfuerzo, sin duda. ¡Anda que no hemos canturreado todos en la escuela el a b c...! ¡Según estos sabelotodos deberíamos de estar todos traumatizados o a punto de convertirnos en neuróticos irrecuperables!
Y, sin embargo, los beneficios son enormes. Todo está ordenado por orden alfabético y nos resulta sumamente cómodo buscar un libro en una biblioteca, o una receta de cocina en un recetario, o una palabra en el diccionario.
Los afines a esos sabiondos dirán: pero si el móvil nos ordena los contactos automáticamente. Pero si tecleamos en google una palabra y nos lleva al artículo que queremos...
Sí, pero, ¿está de más saberse de memoria el abecedario?
¡Y no digamos nada de las tablas de multiplicar! ¡Menudo suplicio en la escuela! Pero, repito, ¿hay alguien ingresado en un frenopático a consecuencia de haberse aprendido de memoria las dichosas tablas?
Hace poco fui a comprar unos pollos asados (porque no tenía ganas de cocinar, dicho sea de paso)y la chica que me atendía en el negocio familiar se equivocó en la cuenta (a mi favor) [4 pollos a 8€ = 29€], pero la madre, que se las había aprendido de memoria en la escuela, la regañó y salvó la economía del negocio...
Eso sí, aprenderme de memoria la lista de los reyes godos... va a ser que no...