No es justo, no...

Fotografía de Diego Morales

Esta mañana era la gran final. Se jugaba el primer y segundo puesto de la liguilla de fútbol donde juega mi hijo pequeño. Lo bueno es que el premio se quedaba en casa, puesto que era un equipo de 6º contra 5º de primaria. Lo malo es que hay, hubo y habrá un pique tremendo entre un curso y otro.
El campeonato se jugaba en el pabellón del pueblo y allí que estábamos todos los padres, con caras de circunstancias porque  nos conocemos todos.
El primer gol ha sido de mi hijo y el segundo de un vecino de edificio. Cuando ha caído el tercero, la satisfacción era palpable. En los ultimos quince minutos han marcado los de sexto un gol muy bueno. El segundo ha sido a causa de un penalti mal señalizado por el árbitro. El tercero ha caído en los últimos minutos. Han ido a los penaltis y allí, entre nervios y más nervios, han ganado los de sexto.
Ay, madre mía.
A mi hijo se le ha venido el mundo encima. ¡Qué carica! ¡Qué ganas de llorar! ¡Qué frustración!
De verdad, que los de 5º eran mejores, pese a estar en peor situación física (en un año, los críos crecen una barbaridad) y han jugado bien, muy bien, brillantemente,  pero los putos penaltis, que es puta suerte, puta carambola, y sin olvidarse del puto árbitro, que ha pitado sin motivos,  puto azar, les ha jugado una mala pasada.
En esto estamos, en subirle la moral...
Lo bueno es que en la clasificación, los primeros han sido los de 6º, y los segundos los de 5º del colegio de mi pueblo, que no nombro por pudor y eso.