Corazón de piedra

Fotografía de Diego Morales

Últimamente me interesan los mecanismos que llevan al mal. No al MAL ABSOLUTO sino al relativo, al de andar por casa, al familiar (en su doble vertiente, el hogar y las amistades).

¿Por qué, de pronto, esa persona que siempre había sido un pedacico de pan se vuelve "malo"?

Creo que se debe a que a ese "pedacico de pan" ha sido tan explotado que, al final, en un rapto de cordura, se planta y dice: "ya está bien de hacer el primo".

Inmediatamente los aprovechados claman al cielo y tachan al bendito de desventurado, de cruel, de maquiavélico, etcétera. Ellos no, por supuesto.

Por eso este tipo de gente me cae bien (¡ojo! no estoy hablando del que saca la metralleta por la ventana y dispara a todo quisque ni nada por el estilo). Hablo de esa persona que les saca las castañas del fuego a todos porque es bueno, responsable, no tiene malicia, va con buena fe, etcétera.

En cambio, los "malos" que al final se vuelven "buenos" me dan repelús. Esa gente que siempre es víctima de algo, que siempre está llorando y pidiendo, etcétera. Esas conversiones me parecen sospechosas.

Por eso, a veces, es mejor tener un corazón de piedra.