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Fotografía de Diego Morales. |
Cerraron sus ojos
que aún tenía abiertos
taparon su cara
con un blanco lienzo;
y unos sollozando,
otros en silencio,
de la triste alcoba
todos se salieron.
La luz que en un vaso
ardía en el suelo,
al muro arrojaba
la sombra del lecho;
y entre aquella sombra
veíase a intervalos
dibujarse rígida
la forma del cuerpo.
Despertaba el día,
y, a su albor primero,
con sus mil rüidos
despertaba el pueblo.
Ante aquel contraste
de vida y misterios,
de luz y tinieblas,
yo pensé un momento:
¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!
De la casa, en hombros,
lleváronla al templo
y en una capilla
dejaron el féretro.
Allí rodearon
sus pálidos restos
de amarillas velas
y de paños negros.
Al dar de las Ánimas
el toque postrero,
acabó una vieja
sus últimos rezos,
cruzó la ancha nave,
las puertas gimieron,
y el santo recinto
quedóse desierto.
De un reloj se oía
compasado el péndulo,
y de algunos cirios
el chisporroteo.
Tan medroso y triste,
tan oscuro y yerto
todo se encontraba
que pensé un momento:
¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!
De la alta campana
la lengua de hierro
le dio volteando
su adiós lastimero.
El luto en las ropas,
amigos y deudos
cruzaron en fila
formando el cortejo.
Del último asilo,
oscuro y estrecho,
abrió la piqueta
el nicho a un extremo.
Allí la acostaron,
tapiáronle luego,
y con un saludo
despidióse el duelo.
La piqueta al hombro
el sepulturero,
cantando entre dientes,
se perdió a lo lejos.
La noche se entraba,
el sol se había puesto:
perdido en las sombras
yo pensé un momento:
¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!
En las largas noches
del helado invierno,
cuando las maderas
crujir hace el viento
y azota los vidrios
el fuerte aguacero,
de la pobre niña
a veces me acuerdo.
Allí cae la lluvia
con un son eterno;
allí la combate
el soplo del cierzo.
Del húmedo muro
tendida en el hueco,
¡acaso de frío
se hielan sus huesos…!
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¿Vuelve el polvo al polvo?
¿Vuela el alma al cielo?
¿Todo es sin espíritu,
podredumbre y cieno?
¡No sé; pero hay algo
que explicar no puedo,
algo que repugna
aunque es fuerza hacerlo,
el dejar tan tristes,
tan solos, los muertos!
10 comentarios:
Ay, Señor, que me traes recuerdos ancestrales, era una de las poesías que nos hicieron aprender a algunos, para declamarlas en la fiesta de la declamación. A mí me tocó Don Juan Tenorio..."aquí me tienes, Don Juan / y he aquí que vienen conmigo / los que tu eterno castigo / de Dios suspirando están...etcétera
Bécquer es enorme. Sus leyendas son magistrales.
Grandioso poema de Bécquer. Un día muy apropiado para publicarlo.
Un abrazo.
Recuerdo haberlaleído en mis tiempos de juventud. Me encantaba la asignatura de Literatura.
Feliz domingo de descanso.
Fáckel 1:
¡y esos versos aprendidos en la infancia, no se olvidan jamás! ¡Para que luego los "pedagogos de pacotilla" vayan largando sobre la memoria y todo eso.
Salu2.
Fáckel 2:
¡quién no ha leído algo de Bécquer! Seguro que todos recordamos algún verso. El de las golondrinas, por ejemplo.
Salu2.
Conchi:
es tan triste, tan triste.
Salu2.
Antonia:
todos en la escuela lo hemos leído. '¡Y algo queda, seguro!
Espero que los sigan enseñando en los colegios!
Salu2.
Quiero creer que una vez muertos ya no hay nada, por lo tanto tampoco soledad. Espero no estar equivocada, porque de lo contrario sí que sería terrible quedar tan solos.
No conocía esta rima de Becquer, y eso que en mi adolescencia lo leí mucho. O no la conocía o la olvidé, que también es otra posibilidad.
Besos
Alís:
también me temo que no hay nada, pero se aferra uno a cualquier cosa. Nunca lo sabremos.
Seguramente la olvidaste, porque siempre se leían en clase, la de las golondrinas, la del arpa del rincón, la de qué es amor, ...
Salu2.
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